domingo, 11 de noviembre de 2007

El teléfono



El teléfono no debía sonar.
Sabía que existía la posibilidad, apenas unas horas antes, mascullando la bronca por la forzada vigilia, lo había presentido. Intentó convencerse de que no le haría caso, merecía el descanso y no lo resignaría tan fácilmente. Meras intenciones, expresiones de deseo a lo sumo, sabía, en el fondo, que a esa llamada no podría negarse.
Se había despertado mareado por un mal descanso, su cabeza en franca rebeldía, renuente a abandonar el anhelado letargo. Los ojos, confabulados con el resto de su cuerpo se aferraban a un sueño que no querían dejar. El sol, dominante, con la prepotencia de quien no entiende razones, indicándoles desde las alturas que no eran horas para berrinches. Contra todo, se levantó.
Se miró en el espejo, una profunda arruga surcaba su frente, la expresión, que le dicen. El pelo revuelto y unas canas que empezaban a torcer la historia de una batalla que ahora se mostraba favorable. La mierda, en cuatro años envejecí veinte... apenas murmuró. Se quedó en el baño, esperando, quiso agotar en soledad sus quince minutos. Era para él un ritual, quince minutos de profundo pesimismo, negro humor y cara en combinación con esos sentimientos. Quince minutos de amargo rencor con el mundo, con su suerte y su destino; debía pasarlos solo, para qué participar al resto en la hiel de sus despertares.
Se sentó a la mesa, un almuerzo de domingo siempre es una buena ocasión, intentó una sonrisa y en cambio mostró una mueca ridícula, qué mal actor soy, fantasmas de sus quince minutos que se rehusaban a abandonarlo. Aún así, recibió el plato de la comida que le habían preparado con un amor que tal vez no merezca. Recordó cuánto detestaba desayunar almuerzos... (¡fuera espectros!).
Comenzó una conversación, banalidades, chismes de entre casa. Se animó, disfrutaba esos momentos, sabía que debía aprovechar el día, como sabía que sus noches ya estaban acomodadas en la pira del sacrificio. Conforme los minutos pasaban el color retornaba a su rostro, y se esfumaban los últimos rastros de los lúgubres pensamientos.
Entonces sonó.
Cada timbrazo cortaba el aire, una espada lanzando estocadas en sus oídos. Había llegado.
No atiendas, no atiendas, pensó, pero para qué llamarse a engaños, debía hacerlo; no desconocía que la posibilidad existía y más aún, tenía la certeza de que sonaría, aunque quisiera chantajear al destino atando pañuelos.
La voz del otro lado le explicó lo que ya sabía, mientras resonaban ecos en su cerebro, responsabilidad, profesionalismo, solidaridad, decían. Hermosos conceptos, nobles y elevadores... pero pobres eufemismos de lo real, tenía que ir, simplemente porque el amo, señor y portador de látigo perenne, exigía total disponibilidad.
Cortó. Pero los timbrazos retumbaban en su cabeza. Se vistió y emprendió la marcha. No miró atrás, no importó que fuera domingo, tan sólo la pira del sacrificio ardió antes.
Se calzó su traje de hipocresía y el reloj empezó su cuenta regresiva. Ocho horas, que se sentirán como dieciséis.

5 comentarios:

todas las cosas que vienen me recuerdan a ti dijo...

El agobio de la rutina, el círculo de baba puede ser atormentador, pero siempre hay un escape, catarsis.
En determinado momento creo que todos sentimos lo mismo.
Un abrazo y hasta la próxima.

Anónimo dijo...

Hay que tener una voluntad de hierro, para que un disgusto sólo sea perceptible durante 15 minutos.

La vida sigue, y tira de nosotros, incluso las veces que necesitariamos pensar, estar atentos a nuestros dolor...

Un beso.

EL DESPOTRICADOR dijo...

Es verdad Remus, es un grave problema el agobio de la rutina, con distintos matices, pero con la misma esencia, y prácticamente común a todas las personas. De una u otra forma, casi todos hemos sentido en algún momento el peso de las cargas impuestas por los "deberes" diarios.
Y la catarsis... creo que fue uno de los motivos principales por los que empecé en esto de las bitácoras, aunque con mutaciones respecto de la idea inicial...
Tus comentarios son un aliciente para seguir este camino, muchas gracias.
Un abrazo y hasta la próxima.

EL DESPOTRICADOR dijo...

Sakkarah, coincido con lo de la voluntad. Es una voluntad fundada en la necesidad. Prolongar los problemas externos, laborales, o los que fueren, al ámbito familiar, no sólo no soluciona el problema de fondo (el fastidio por la rutina de algo que no se disfruta)sino que además genera malhumor y más frustración.
Es esta una excelente válvula de escape, de drenaje de estos sentimientos, y el saber que hay personas como ustedes del otro lado me produce enormes satisfacciones. Por todo esto, mi más sentido agradecimiento.
Un abrazo y hasta la próxima.

Recomenzar dijo...

Excelente blog, las imágenes tambien son bellas ¿de donde las sacas????