martes, 30 de octubre de 2007

Un marco


Siempre había estado ahí, aunque jamás se hubiese percatado de su existencia, sólo uno más de esos objetos intrascendentes que no logran ocuapar un lugar en nuestra consideración.


Nada tenía de especial, ni por su aspecto ni por la función para la que había sido creado, sin embargo, por alguna razón, sintió una irremediable atracción. Casi como si tuviese brillo propio, destacándose del resto de los objetos en el polvoriento arcón en el que había sido condenado al olvido.


Pero ni siquiera el olvido es eterno, por alguna extraña razón, como por obra de alguna oscura voluntad, había llegado a sus manos.


Ya nada sería igual.


Y sus manos sostenían el objeto. Sólo un marco, de los muchos que tenía desparramados en su casa. Nada tenía éste de especial, la madera gastada de la que estaba hecho seguramente había conocido mejores épocas; el cristal, vencido por la persistencia del tiempo, apenas mostraban un enmohecido retrato.


Lo tomó en sus manos, cautivado por un hechizo que parecía obligarlo a prestarle toda su atención. Casi con desesperación devolvió la transparencia al vidrio. Sus ojos penetraron a través de la oscuridad de la habitación, haciendo denodados esfuerzos por descubrir los secretos de ese rostro detenido en el tiempo. Un niño, de grandes ojos y mirada extraviada emergió de las borrosas imágenes.


Había algo cautivante en esa fotografía, una extraña familiaridad la rodeaba, aumentando la extraña sensación que le transmitía ese rostro del pasado. No podía ser casual, aunque podía reconocer sus propios rasgos en esa persona, tenía sutiles diferencias, pequeños matices, más delicados que los suyos, y ese halo de misticismo que le intrigaba profundamente.


¿Quién podía ser? Indagó en los los más recónditos rincones de su memoria; definitivamente no era él mismo. Recordó los rostros de los pocos hombres de su familia. Nadie.


No podía borrar esos ojos de su memoria, día y noche, no lograba evadir esa mirada, constante, omnipresente. Como una obsesión, ocupando todos sus momentos, intentando encontrar las razones, la profunda angustia en que se había sumido por esa visión.


Tomó nuevamente en marco, sosteniéndolo en sus manos, mirando a través de la imagen, intentando escudriñar los secretos de esa mirada melancólica.


El marco, antiguo y gastado, la fotografía, por el contrario, conservaba su mejor brillo y nitidez, aumentando la intriga. La obsesión aumentaba, el marco, ahora en el centro de su vida ejercía su tenebroso embrujo.


Donde fuera, esos ojos lo seguían, y la angustia, creciendo a la par de su desesperación. Esos ojos eran los suyos, marcados a fuego en su mente.


Era él y no lo era. Los recuerdos fluían con esa mirada y su lúgubre influjo. Sintió sus viejos pasados dolores, ese niño, que era y él y no era, reabrió las heridas de una infancia gris.


Ese marco, macabra ventana en el tiempo, había entrado a su vida pare recordarle amargas experiencias.


Y los ojos, que eran los suyos y no. Inevitablemente pensó en su hijo, compartiendo los rasgos de ese espectro en este triángulo angustiante.


Y pensó, recordó sus propios sueños, viejos anhelos sepultados en tiempo. Pensó en su hijo, sus ojos alegres no se condecían con los de la foto. Que así se mantengan, como un único deseo, esperanza de un legado para él.


La extraña figura seguía allí, minando todos sus momentos, invadiendo su mente, alejándolo invariablemente del mundo. No podía permitirlo.


Y la angustia, recurrente, constante, como su triángulo de miradas, no podía permitirlo, no debía repetirse.


Debía hacer algo, una decisión salvadora, la salida de la obsesión. Tomó a su hijo en sus brazos, alejando la angustia con la fuerza del amor en un abrazo interminable. Miró sus ojos y vió los suyos, ésos si eran los suyos, pero con el mundo por delante, llenos de vida y esperanza.


Ya el marco no fue importante, volvió a la oscuridad de la que había emergido, el pasado con su dolor y heridas abiertas, era sepultado por el amor de una vida que se inicia.

Un hombre sosteniendo el retrato de un niño; un niño sosteniendo el retrato de un hombre con la mirada melancólica. La vida siempre otorga revanchas.







4 comentarios:

todas las cosas que vienen me recuerdan a ti dijo...

"ni siquiera el olvido es eterno"
Este escrito parece hecho para mí, "La vida siempre otorga revanchas".
Si es asi la vida habeces es ingrata, es mentira que el tren pasa una sola vez, siempre hay tiempo para ser feliz.
Un placer leerte, un abrazo

Anónimo dijo...

Muy, muy bueno tu relato.

Me encantó.

Un beso.

EL DESPOTRICADOR dijo...

Remus:
Aunque la vida, en la sucesión interminable de experiencias, parezca que se vuelve en nuestra contra, aunque las circunstancias hagan pensar que no existe la esperanza de la felicidad, siempre está ahí, al alcance de nuestras manos, a sólo una decisión de distancia.
Creo que a esta altura, huelgan los agradecimientos, pero quiero que sepas que me honran tu visita y tus comentarios.
Un abrazo, hasta la próxima.

EL DESPOTRICADOR dijo...

Sakkarah:
Si los comentarios son valorados, cuánto más valoro los tuyos, al provenir de alguien que con tu sensibilidad me da el regalo de la lectura periódica de tus palabras.
Espero que me sigas visitando y me alegro que te haya gustado.
Un abrazo, hasta la próxima.