viernes, 21 de septiembre de 2007

Ecos


Ecos en el silencio de la noche. Sólo ecos, rítmicos, monótonos. Como siempre.
Un corazón late con la misma cadencia gris desde que ya no tiene razón de ser. Monótonos, como la vida después de haberla perdido, quién lo hubiera pensado años atrás, días de certezas de una jornada; nada más importaba, sólo el disfrute casi obsceno de cada segundo.
Hasta esa noche.
Llenaba la exuberancia del ambiente los ojos abiertos, como no queriendo perder ni un solo color, ni un solo detalle de esa infinidad que es el mundo. Sólo fue necesario un golpe, casi nada hubiese pensado cualquiera, pero el dolor varía según quién sufre y quién opina. Sólo uno, enérgico, bien asestado, no era necesario que fuese ruidoso y grosero; con uno fue suficiente para borrar en el mismo impacto los últimos esbozos de alegría en su alma. Todo tomaba forma ahora.
Sólo un músculo en su pecho, con su ritmo implacable, pero nada más.
La vida es más que los estertores de un músculo, pero ahora, reducido sólo a eso su mente había usurpado ese lugar, ahora que la razón dominaba su vida toda ella se veía salpicada de una mecanicidad que no se podría concebir de no ser por la ausencia de sentimientos.
Ahora cada movimiento era sólo reflejos, electricidad accionando un cúmulo de nervios y carne. La mirada vacía, intentando no fijarse en nada, como tratando de atravesar todo, completaba el cuadro.
Ya nada era igual; al principio el náufrago se aferra a los restos del barco que se hunde, pero cuando las fuerzas lo abandonan se entrega a su destino. Estaba ocurriendo.
Y así, como siguiendo un mal libreto, sus días transcurrían lánguidos, monocromos. Como los ancianos, se regodeaba en recuerdos deformados, momentos contaminados por el tiempo, que todo idealiza. Su mirada cada vez más esquiva se zambullía en ese mundo ficticio, sólo suyo, hecho a medida, el lugar donde sus sueños vivían y crecían a expensas de su cordura.
Ya la razón cedía, como un baobab incrustándose, avanzaba su locura, inefable, llevándose sus últimos resquicios de vida, arrastrándolo a su existencia ideal.
El mundo ya no fue su lugar, sólo los ecos estaban ahí, recordándole su presencia pero nada más. En su mente, retozando en los brazos de un amor perdido, en fantasías donde protagonizaba heroicas gestas, ahí estaba él.
Entonces, como por un golpe de agua helada, volvió a la realidad. Entre confundido y feliz supo qué debía hacer. Entonces regresó a casa.
Es extraño cómo el tedio puede afectar a algunos. Sólo fueron ocho horas.

4 comentarios:

todas las cosas que vienen me recuerdan a ti dijo...

Los blogs a los que regreso continuamente, para ver si renovaron, son aproximadamente diez uno de ellos sos vos, escribís muy bien, y no te lo digo para quedar bien y este post es el mejor que te leí, muy bueno, de verdad con el corazón.
Y te voy a enviar una poesía te le mande a una amiga, trato de no repetir, pero como en este caso no voy a opinar sobre lo escrito, esta justificado.

Que puedo decir
ya
que no haya dicho
que puedo escribir
ya
que no haya escrito
que puede decir nadie
que no haya
sido dicho cantado escrito
antes
A callar
A callarse.


Idea Vilariño

Juan dijo...

Pues feliz coincidencia la del tìtulo del post. Un saludo y gracias por el link.

Anónimo dijo...

Muy bueno tu escrito. Me ha gustado.

Un beso.

EL DESPOTRICADOR dijo...

Muchas gracias, con simpleza pero con sentido agradecimiento. Soy nuevo, como verán, en esto de publicar pensamientos y el sentir que hay personas que han leído estos torpes inicios, es algo sumamente gratificante.
En especial para "todas las cosas...", quien ha sido durante este último tiempo una verdadera inspiración, por sus comentarios (y por su por demás recomendable blog). Muchas gracias.
Sakkarah, me alegro que te haya gustado, es un honor tener visitantes de tan honda sensibilidad...
Jota, creo que ha sido realmente una feliz coincidencia.
Espero seguir teniendo el placer de sus comentarios y por supuesto, gratificarme con los posts de sus blogs.
Un abrazo.