viernes, 17 de agosto de 2007

El café de José María y Alan


Nunca pensé hacer este comentario. Pero el oprobio invade el corazón riverplatense. ¿Hasta cuándo deberemos seguir soportando la impune hipocresía del sr. (si, con minúscula) José María Aguilar? En las últimas semanas hemos visto mansillado el prestigio de la centenaria institución por el accionar inescrupuloso de un personaje de la más baja ralea como lo es él. Pero no nos engañemos, no es más que el reflejo de la conducción mafiosa del corsario de Viamonte. Esta realidad decadente de nuestro fútbol no es más que el resultado de generaciones de dirigentes incompetentes (en el mejor de los casos) y en muchos otros, decididamente delincuentes. Por supuesto, amparados siempre bajo la figura de asociaciones civiles sin fines de lucro, algo que a la vista de cualquier ignaro, resulta por demás falaz.
Pero, mal que nos pese, ese modus operandi está absolutamente enquistado en lo más profundo de las entrañas de todos los clubes dependientes directa o indirectamente de AFA. Generalmente, cuando toma estado público algún hecho luctuoso en el ambiente del fútbol vemos como estos hipócritas, verdaderos instigadores de los violentos, se rasgan las vestiduras, y no ahorran retórica al referirse a "la violencia en el fútbol". Creo que hemos llegado al extremo de considerar absolutamente utópico pensar en alguna dirigencia de club (cualquiera sea la categoría) que no haya conseguido su lugar sin el apoyo de las barras bravas. Cómo podemos pensar entonces que se van a tomar medidas concretas para su erradicación si realmente, la inacción -complicidad- de las dirigencias es en realidad la defensa de quienes los mantienen en el ejercicio de sus espúreos negociados.
Porque, llamémonos a la realidad en este asunto, los barrabravas son a los clubes lo que los punteros a los partidos políticos, esto es: mercenarios al servicio del patrón de turno. Para cualquiera que se haya vinculado a su club asistiendo no sólo a la platea el día del partido verá cómo se reparten a discresión prebendas para estos delincuentes. Sin embargo, todavía hay quienes creen que el motor de estos personajes se funda en el fanatismo, nada más alejado de la realidad. Estos sólo obedecen a sus necesidades, sean las que sean, defienden a capa y espada los favores bien pagos que reciben desde las altas dirigencias de los clubes. Son los mismos que nos han echado de los estadios, son los mismos que participan de la violencia, son los peones que cumplen los mandatos de sus instigadores políticos. Sean del bando que fueran.
Pero nuestra estructura política a nivel de clubes se corrompe desde sus entrañas mismas. Desde aquel chico que ve frustrados sus posibilidades en las divisiones inferiores porque su puestro está acomodado a dedo por "alguien de la comisión directiva" quien haya pasado alguna vez por las menores de algún equipo sabrá de qué hablo; hasta la acción impune del barrabrava que vende carnets de socio en la puerta del estadio, con la anuencia y complicidad de todos los entes de control.
Pero atención, en alguna medida somos presa de este juego macabro que es la impunidad de todo este andamiaje delictivo. Desde los inconcebibles cánticos ¡a la hinchada! que son vistos con ojos inocentes, como una manifestación sana de la pasión por los colores de la escuadra, hasta nuestra impasividad y poca conciencia social y política en el ámbito de los clubes. ¿Cuántos de nosotros, como socios hemos participado en las elecciones de la que salieron los dirigentes que defenestramos? El sr. Aguilar ha sido electo con más del 50% del voto de los socios... dos veces.
Es por eso que para poder recuperar el espectáculo, desterrar a quienes se lo han apropiado, desterrar definitivamente a quienes le quitaron el goce del deporte, a quienes nos arrebataron las sedes sociales, debemos tomar el protagonismo, recuperar la esencia de club y volver a disfrutar del mayor de los espectáculos populares.
Y para el futuro... que José María y Alan tomen café en el mismo pabellón.

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