lunes, 6 de agosto de 2007

Aquellos domingos de fútbol

Recuerdo los años dorados, aquellos viejos tiempos. Eran domingos, otras veces fueron sábados; por vicisitudes del juego, por malas artes, o simplemente por los pataduras que vestían la camiseta.
Pero pienso en esos días lejanos y no puedo evitar que se me escape una sonrisa, entre triste y melancólica. Recuerdo las gastadas baldosas de la vieja Alta Córdoba, esa de las siestas silenciosas de verano, de alquitrán fundiéndose al sol con nuestros hombros como compañeros en la perdida batalla contra la furia de Febo.
Recuerdo esas tardes, de mis alegres ocho veranos, recorriendo sus calles, armando el equipo, esos rostros salpicados de las gotas de la vida. Aquella gastada número cinco, que mostrara alguna vez sus orgullosos cascos en blanco y negro, y que entonces ya era una gastada masa grisácea. Aquella Dalemás compañera de sueños y de jugadas que juzgábamos magistrales. Soñábamos con esos colores que nos unían, discutíamos por esos que nos dividían irremediablemente. El gordo Mauricio, con sus pantalones con agujeritos y con su amor heredado por el Independiente del Bocha, (claro, el viejo, ostentaba orgulloso en la pared de la carnicería la figura desgarbada del pelado) el nano Andrés, bostero, sin saber por qué, le habían contado que ese chico de la propaganda de Coca Cola había jugado ahí antes de irse para Europa (le habían regalado el perfume "Diego Maradona" para el cumpleaños...) Después estaba yo, el turco, el de los rulos imposibles, defendiendo que "...Passarella es el capitán..." (nobleza obliga, como buen tronco reconocido, mi ídolo era un defensor...) Era enero del '86 y todas las discusiones se iban a acabar seis meses después (¡seis meses! ¡una eternidad!).
Recuerdos, aquellos de años después, cuando con la casa en orden nos fuimos de la casita del pasaje (¿quién iba a defenderlo de los de San Martín?) a esa inmenso caserón cerca de esa mole enclavada en el corazón de mi querida Alta Córdoba, y fueron esos colores los que me llevaban sábados o domingos (por las razones que fueran...) a sentarme a gritar, a cantar a sufrir... (¡cómo sufría!) gritando los goles del Cocayo, aquel descenso, que me encontró llorando en la calle Jujuy, porque un zonzo (al apelativo lo cambié después) no tuvo mejor idea que tirar una bomba de estruendo (una cebolla) que nos mandó a jugar con ese club que mirábamos por sobre el hombro, a esos que gastaba en la escuela por andar con la camiseta celeste...
Recuerdos de los años adolescentes colgado en el colectivo, estoy tentado de escribir de vino y rosas, pero jamás vi una sola rosa. Amontonado en el bondi, agarrando la diecinueve porque se definía contra los tatengues... Aquel equipo de Ghirardo, el pirucho Leiva, el rulo Gonzalez, el panchito Buteler... ¡qué lindo jugaban! Porque no sólo ganaban partidos chivos, encima jugaban lindo...
Recuerdo que un día soñé despierto, me ví con mi hijo en los hombros luciendo los colores que tanto quería y abriéndole el corazón a un amor que jamás abandonaría, pero el tiempo pasó.
Recuerdo que un día me fui de mi querida Alta Córdoba, sus calles ya no son mías, ahora soy uno de esos que va de paso, ya ni siquiera estoy en la ciudad que me mostró mis primeras luces.
Recuerdo que un día ya no fui más a ocupar esas gradas que me habían albergado con una dulzura de madre.
Recuerdo que un día, ya sólo miraba los partidos por televisión, se veía tan raro.
Quise volver un día, vi dos tipos golpeándose por el lugar, ¿qué pasó? ¿cuańdo entraron? Quién sabe, pero ya no era lo mismo.
Recuerdo que un día no ví el partido, no importa por qué, ese día tuve sentí que se me desgarraba el corazón.
Recuerdo esos años y no puedo evitar que se escape una sonrisa, entre alegre y melancólica... Feliz cumpleaños Glorioso.
A propósito, empezó el campeonato de primera división... ¿vió qué feos que son los partidos?

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